Afrontar un despido
Protagonizada por George Clooney, fue por el año 2009 cuando tuve ocasión de ver la película Up in the Air, y muy posiblemente entonces, tal vez porque no hacía demasiado tiempo que yo mismo había perdido mi empleo, consideré, a mi entender, que no se debería tratar de manera tan frívola, con tanta ligereza y de una forma tan superficial el asunto de un despido —que a la postre era con lo que se ganaba la vida el amigo George entre vuelo y vuelo y revolcón y revolcón— en el que los sentimientos y las emociones se entremezclan en ese doloroso estado de ebullición en el que una vida puede llegar a perder su sentido básico que justifique su existencia.
Ya en la otra vida —no en esa de los de los glamourosos famosillos de pantalla en HD, si no en esa otra más cruda, la de la rutina de todos los días, en esa suya y mía a la que nos enfrentamos cada mañana a partir del momento en el que, con estruendo, nos da la señal de arranque el jodido despertador— un día, casi siempre sin avisar, resulta que se te sienta delante un memo con cara de poker interpretando —bastante peor que George, por cierto— ese discurso en el que comienza, casi por sorpresa, por relatarte lo maravilloso que eres y el mucho valor que has aportado a la compañía en tu tiempo de servicio, y cuando ya vas siendo capaz de reaccionar es tarde, simplemente porque, a lo sumo, con una palmadita tan amable como falsa, ya estás en la puta calle. Y a ti… el mundo entero se te va viniendo encima.
Y es que, suele ser lo habitual, el enfrentarse a un despido resulta algo traumático y doloroso. Un trabajo, más allá de la actividad que en el mismo se realice, representa primeramente esa cierta certeza de asegurar la satisfacción de las necesidades básicas de subsistencia, a la vez que convierte en realidad, nuestra necesaria creencia de autosuficiencia basada en capacidades y aptitudes como herramienta de integración, autorrealización y obtención de reconocimiento y status social dentro del entorno en el que nos desenvolvemos. Por tanto, el desempleo, acrecentado por esa mentalidad de esta sociedad tan nuestra que relaciona de forma inherente despido con fracaso, causa un efecto de pérdida de autoestima, sentimiento, vergüenza y culpa.
Y así, con todo, al igual que ocurre con otras tantas pérdidas, las personas experimentamos dolorosas emociones como la ira, la tristeza y el miedo.
Y así, con todo, será necesario afrontar y sobreponerse a ese ineludible proceso que es el duelo que acompaña a toda pérdida. Porque la lógica negatividad y pesimismo que siempre acompañan a un despido no se solventa con una actitud victimista y autoinculpatoria, sino que, muy al contrario, estas actitudes no hacen más que mermar nuestras capacidades para desarrollar acciones verdaderamente útiles relacionadas con nuestro futuro inmediato.
Y entre ese estallido de emociones entremezcladas, siempre viene uno —otro memo, bien pudiera ser— para decirte y recordarte lo maravilloso que es el que te hayan despedido pues, con eso, se abre ante ti un mundo sin fin de nuevas oportunidades. Yo, tal vez, no diría tanto, pero sí recordar la necesidad de gestionar de manera efectiva las situaciones generadas, a priori, por emociones negativas.
Por todo, será necesario superar una serie de fases emocionales:
- Inmovilidad
- Negación
- Cólera
- Angustia
- Tristeza
- Depresión
- Asimilación, entre otras
Esto es tan necesario, como el no olvidar nunca que el desempleo no es un estigma pues, en la mayoría de los casos, es algo ajeno a nosotros. Ser desempleado no es una característica propia y singular, es un estado circunstancial.
Máster en Gestión y Administración de Empresas por FUNDESEM Business School. Experto en Coaching Ejecutivo por la Universidad Rey Juan Carlos y Escuela de Inteligencia de Madrid. Formado en Relaciones Laborales y Recursos Humanos por la Universidad de Alicante.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir