Sobre Inteligencia Emocional — en el origen
Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.
Esta conocida cita le sirve a Daniel Goleman como introducción en su afamada obra Inteligencia Emocional, y esta misma me es muy útil cuando de introducirnos en dicha materia se trata, pues creo, francamente, que refleja a un tiempo la dificultad que conlleva la gestión de emociones, y el beneficio que nos aporta trabajar adecuadamente con estas.
Desde esta perspectiva y desde mi convicción en las bondades del dominio de la gestión de emociones, es por lo que desearía compartir con vosotros mis percepciones y descubrimientos sobre este asunto en el que trabajo y aprendo cada día: la Inteligencia Emocional. Estáis invitados a la aventura y me encantaría poder contar con vuestra compañía.
¿Qué es la Inteligencia Emocional?
Poner en práctica las enseñanzas que nos proporciona el estudio de la Inteligencia Emocional es verdaderamente apasionante, pero como en toda materia hay un origen y una teoría sobre la misma que es necesario conocer para la mejor comprensión y aprovechamiento de la verdadera experiencia de gestionar emociones en bien propio y mutuo hacia quien nos rodea.
En una de las ediciones de uno de los cursos de Inteligencia Emocional que impartimos en Alicante, preguntamos a los alumnos sobre sus perspectivas y aspiraciones ante el seminario, y ante nuestra curiosidad uno de los asistentes nos confesó que su verdadero interés era el convencerse de que la tan nombrada Inteligencia Emocional no era una pasajera moda —para nuestra satisfacción sus propias conclusiones, tras vivencias y reflexiones suyas, y sólo suyas, una vez finalizado el curso en cuestión, fueron, seguro, el mejor premio que todos podríamos haber deseado—. Así pues, pongámonos manos a la obra y descubramos juntos los entresijos de la Inteligencia Emocional.
De esta forma, sin pretender darle más extensión que la justa, se convierte en mi primer propósito el mostrar por qué la Inteligencia Emocional no es una moda, sino una materia con una sólida base científica, con frutos demostrados y con un desarrollo que ya hoy nos muestran una forma de entender la vida y el mundo donde el ser es el auténtico dueño de sí mismo.
Y es que ya en 1920, el psicólogo y pedagogo estadounidense Edward Thorndike nos hablaba de Inteligencia Social definiendo esta como una habilidad útil “para comprender y dirigir a los hombres y mujeres, muchachos y muchachas, y actuar sabiamente en las relaciones humanas». Además, añadía igualmente dos tipos más: Inteligencia Mecánica e Inteligencia Abstracta.
En 1938, el psicoanalista Otto Rank, discípulo de Freud y para algunos, pionero de la Inteligencia Emocional, en una conferencia pronunciada en la Universidad de Minnesota, afirmaba: «He aprendido de mi propia experiencia que el proceso terapéutico es básicamente una experiencia emocional, que tiene lugar con independencia de los conceptos teóricos del analista. Por lo tanto podríamos definir la relación personal como lo que sucede cuando una persona ayuda a otra a desarrollarse y a crecer, sin manipular demasiado la personalidad de otro individuo».
Ya en 1983, el psicólogo Howard Gardner, amplia y engrandece los conocimientos al respecto de la Inteligencia con su ampliamente conocida Teoría de las Inteligencias Múltiples —que le valiese, por cierto, el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en el año 2011— donde sostiene que cada individuo posee al menos ocho habilidades cognoscitivas y no una sola inteligencia única como se mantenía hasta el momento. Igualmente afirmaba que cada una de estas inteligencias no poseen un valor esencial por sí mismas, sino el comportamiento y el uso de esas inteligencias de cada individuo dentro de un entorno.
Así, Gardner las enumera como: inteligencia lingüística-verbal, inteligencia lógico-matemática, inteligencia espacial, inteligencia musical, inteligencia cinético-corporal, inteligencia naturalista y, finalmente, inteligencias interpersonal e intrapersonal, siendo estas últimas sobre las que se fundamentan las bases de la Inteligencia Emocional.
En 1990, por fin, dos psicólogos, también estos norteamericanos, Peter Salovey y John Mayer, acuñaron el definitivo término en referencia a la Inteligencia Emocional definiendo esta como la habilidad para gestionar sentimientos y emociones, discriminar entre unos y otros, y la capacidad de utilizar esta aptitud para dirigir nuestros propios pensamientos y acciones.
Y así hasta llegar a Daniel Goleman quien realmente popularizó esta ciencia con la publicación en 1995 de su famosísima obra “Inteligencia Emocional” que él mismo define como un conjunto de habilidades “entre las que destacan el autocontrol, el entusiasmo, la perseverancia y la capacidad para motivarse uno mismo”, todo ello sustentado en el conocimiento de las propias emociones y el reconocimiento de las ajenas, así como en el buen hacer de establecer relaciones sociales.
El recorrido, como vemos, ya viene siendo largo, tanto como para no ver en todo ello más allá de esa posible y efímera moda. La Inteligencia Emocional, en suma, es gestionar emociones hasta alcanzar una adecuada regulación reflexiva de las mismas; con ello, desde el autoconocimiento emocional e intelectual, dirigirlas hacia objetivos deseados, no impuestos, sino elegidos por el propio ser, influyendo, desde la empatía, en las persona y, con todo, al fin, compartir los logros obtenidos.
Máster en Gestión y Administración de Empresas por FUNDESEM Business School. Experto en Coaching Ejecutivo por la Universidad Rey Juan Carlos y Escuela de Inteligencia de Madrid. Formado en Relaciones Laborales y Recursos Humanos por la Universidad de Alicante.